martes, 31 de diciembre de 2013

Citas (poco) célebres: Russell T. Davies


¿Debe preocuparse un guionista de que sus personajes resulten simpáticos? Esta suele ser una preocupación de gente que no escribe, de productores y ejecutivos. Hace años creé un culebrón llamado Revelations. Cuando se presentó el proyecto, uno de los ejecutivos de Carlton Television djjo: “Ninguno de esos personajes resulta muy simpático”. Y Peter Whalley, un veterano guionista de culebrones, que estaba sentado en un rincón de la sala, chupando su pipa, dijo: “Simpático está muy abajo en la lista de adjetivos utilizables”. Bendito sea.
Dicho esto, Doctor Who está pensado para que tenga muchos personajes que resulten simpáticos, ya que [en sus episodios] pasan muchas cosas. Hay que inventar monstruos, tramas, mundos, sociedades, por lo que hasta personajes bastante complicados, como Rose, son, en cierto sentido, esbozos que deben redondearse con una buena interpretación. El que un personaje sea simpático es una simple atajo para meterte deprisa en una historia. Por ejemplo, un personaje antipático iría contra las convenciones asumidas de la serie, por lo que te retrasaría. Hasta Donna debió suavizarse a medida que progresaba [el episodio de] Novia a la fuga. Que a Penny le den calabazas hace que te caiga automáticamente bien. Pero estamos hablando de escenas que sólo duran unos minutos, ya que, en realidad, Penny está ahí para ser perseguida por monstruos. Lo de las calabazas sirve para atajar. Si Penny fuera una persona horrible y fuera ella quien le hubiera dado calabazas a alguien y se riera de ello (bueno, ya resulta increíble en este ejemplo tan burdo), sería una persona mucho más complicada, y habría que dedicar mucho tiempo a conocerla y a empatizar con ella, cuando el capítulo no va de eso. Hay necesidades más importantes que gritan: “¡Acaba con esto de una vez! ¿Por qué no han salido ya los monstruos?”
En otras series de televisión... Bueno, piensa que la mayoría de la gente es simpática, o va por el mundo con alguna versión de una personalidad que espera que sea simpática. Así es como se va por la vida. Podrás ser un guardia de las SS, pero querrás llevarte bien con los demás guardias de las SS. La clave de un personaje radica en que sea honesto. Si los actos de un personaje resultan creíbles, el personaje funcionará. Y entonces será irrelevante que te caiga bien o mal. Uno de los mejores ejemplos que hay de personajes antipáticos es Las relaciones peligrosas. Es la historia de dos monstruos en guerra, de dos seres viles y sádicos, pero te encantan, y lloras por ellos al final. La escritura es brillante. Esos personajes son tan fieles a sí mismos que acabas por admirar y comprender a unos monstruos.
[...] Mi labor como escritor no consiste en preocuparme por seguir un consenso invisible que sólo quiere algo agradable y puñeteramente soso. Dejemos que los cabrones resulten encantadores, dejemos que los héroes sean débiles, y entonces cobrarán vida.
Russell T. Davies (guionista de televisión), 
en el estupendísimo libro Doctor Who. The Writer’s Tale, 2008.



domingo, 29 de diciembre de 2013

Doctor Who (BBC1)

Piso la calle Bailén a cosa de las siete de la tarde, pero bien podrían ser las diez con ese cielo encapotado y la lluvia del día anterior todavía presente. Hoy es navidad, día de Doctor Who. Vuelvo a casa de una reunión familiar que debía haber durado una noche, pero que se ha prolongado durante día y medio. El ambiente es frío y hay luces ante un Palacio Real que parece estar de reformas. El ayuntamiento ha puesto un tiovivo de dos pisos y una pista de patinaje en la Plaza de Oriente. Lo que sea para sacar pasta, pero en este caso me parece bien. La gente disfruta, los niños se lo pasan en grande...

El niño que llevo dentro disfrutará cuando llegue a casa y consiga bajarse el especial de navidad del Doctor Who. Ver cualquier episodio de Doctor Who por primera vez es volver a tener ocho años y estar en el cine disfrutando con El ladrón de Bagdad, de Alexander Korda, con alfombras voladoras, arcos mágicos y genios malvados. Es estar en casa de un amigo viendo acojonado Planeta Sangriento, de Curtis Harrington, y encogiéndome en el sillón mientras los tripulantes de la nave van muriendo uno a uno sin que los supervivientes, los muy idiotas, sospechen que los mata la tía rara que han rescatado de la nave estrellada. Y que encima va poniendo huevos que intentarán apoderarse de la humanidad después del “The End”. Aterrador. 

El Doctor Who es todo eso y más. Es fantasía desatada dirigida a todos los públicos, al niño de ocho años que llevamos todos dentro, y escrita por adultos que rememoran a su héroe de infancia. Unos lo recuerdan aterrador, otros aventurero, otros divertido, otros absurdo e incoherente. Es todo eso a la vez y más. Cuando yo empecé a verlo, me pillaba de nuevas. Mi único recuerdo de él era que usaba bufanda y que su cabina telefónica aparecía en una estación espacial abandonada de la que se habían adueñado unos peligrosos gusanos gigantes hechos de plástico de pompitas, algunas reventadas ya de tanto arrastrarse por el suelo. También recuerdo que los guiones eran curiosos, pero esos episodios los emitía Telemadrid en unas condiciones que era imposible que resucitaran a mi niño de ocho años. Tampoco lo consiguieron en su momento las películas que hizo Peter Cushing con el personaje (completamente fuera de canon, por cierto), a pesar de que sólo tenía un par de años más de los ocho.

Afortunadamente, siempre me ha dominado la curiosidad por casi todo, y aproveché que se estaba emitiendo la segunda temporada de una nueva versión del personaje para enterarme de qué era eso que veía en las tiendas de cómic cuando iba a Londres o en las revistas británicas de cine fantástico. Al fin y al cabo era una serie de ciencia-ficción, ¿no? Eso bastaba para mí. Probé con el primero. Presentación del personaje y de Rose Tyler, la compañera que será los ojos del espectador y que irá mostrando su mundo a los nuevos conversos, o sea, a mí. Vale. Era intrigante, estaba bien, aunque los malos, unos maniquíes de plástico, no me parecieron muy terribles. Sólo daban algo de mal rollo. En el segundo, el Doctor y Rose viajaban al futuro para incorporarse a una grupo de turistas que acudía a presenciar la destrucción del planeta Tierra (al son de una canción de Britney Spears, por cierto) cuando el Sol entrase en supernova. Vale. La cosa iba mejorando. Luego vino uno con fantasmas y con Dickens, después dos con extraterrestres que se tiraban pedos, y para el sexto, donde se presentaba a los Daleks, enemigos eternos del Doctor, ya me tenía ganado. Tres episodios después tocaba “El niño vacío” (escrito por Steven Moffat, uno de mis guionistas televisivos favoritos), que me deja alucinado y hecho polvo, por no decir que además acaba en un continuará de lo más siniestro. Huérfanos robando comida en las casas cuando la gente huye a los refugios durante el Blitz, un niño terrible que se pasea por las calles desiertas diciendo: “¿Eres tú mi mamá?”, zombis con máscaras de gas por cara... Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto pasándolo tan mal. 



















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El Doctor Who es una serie para niños que también busca el disfrute de los adultos. Tiene drama del bueno, un humor que puede ser tanto verbal como surrealista como slapstick, y, sobre todo, tiene acción, mucha acción, con gente corriendo todo el rato. Sus historias pueden ser de fantasmas, o de invasiones extraterrestres, o de viajes en el tiempo, o románticas, o de ciencia-ficción, o de suspense, o de terror. Todo vale para el Doctor, salvo que al buscar también el disfrute adulto, además debe ser inteligente, e ingeniosa, y que se note escrita por un adulto. El Doctor es pacifista y no usa armas, pero en sus episodios para todos los públicos muere más gente que en muchas series sólo para adultos. Porque los niños tampoco son tontos.

Y el taciturno Doctor, que al principio estaba interpretado por Christopher Eccleston, se regeneró en una versión más intrépida interpretada por David Tennant, y a la versión que cada guionista tenía del Doctor se unió la de cada actor. Después vendría la versión de viejo loco del joven Matt Smith, y esta noche, en este especial de navidad, Steven Moffat, responsable actual de la serie, cierra la tercera etapa de este Doctor, para presentar la próxima versión, la de Peter Capaldi, cuyas andanzas empezaremos a ver en otoño.

Esta tercera etapa de tres años ha sido discutible porque Moffat es en exceso cerebral, tiende a complicar demasiado las tramas, y no es buen supervisor de guiones ajenos. Russell T. Davies, el anterior responsable, el culpable de la actual resurrección del personaje, era mejor en ese trabajo, controlaba con más acierto a sus guionistas, y supo dotar a toda su etapa de un tono emotivo y sentimental bastante satisfactorio, pese a mandar muchas veces a paseo el desarrollo racional del relato. Se le criticaba mucho por esto, olvidando que estaba entregando una serie estupenda para niños de ocho años y que el que le gustara o no a un friki de treinta era tan accidental como premeditado. Los principales destinatarios siempre han sido los niños de ocho años. Como yo.

En todo Doctor Who hay episodios buenos, episodios geniales y episodios de los que sólo puedes salvar el principio, pero no el final. Desgraciadamente, la etapa de Moffat ha abundado en estos últimos. Te lo pasas en grande mientras los ves, hasta que el adulto que hay en ti se da cuenta de que algo no va bien, o de que faltan cinco o diez minutos para el final y sabes, sabes, que será una chapuza. Y al final lo es. Lástima. Con lo bien que iba. Me lo estaba pasando en grande hasta ese momento en que mi yo adulto se impuso a mi yo de ocho años. Por suerte, hay muchos niños de ocho años que carecen de un yo adulto que se interponga en su diversión, y que pasan miedo, lloran y disfrutan con las aventuras de este y de cualquier Doctor. La etapa también ha abundado en subtramas alargadas o retorcidas en exceso que luego se explicaban o resolvían de forma discutible. Es algo que también pasaba con Davies y que, por desgracia, pasa todavía más con Moffat. Eso sí, tanto uno como otro son capaces de entretenerte, y mucho, con un torrente brutal de ideas, frases ingeniosas y conceptos absurdos, aunque no te enteres muy bien de porqué pasa lo que pasa. Es un disfrute casi visceral. Infantil.

Y este episodio de Navidad donde se despide la etapa de Matt Smith lo tiene todo: saltos en el tiempo, multitud de enemigos, una antigua amante, un pueblo sitiado durante más de trescientos años, paradojas temporales, el doctor envejeciendo en su última regeneración, una conversación donde se atan de forma casual cabos sueltos de toda la etapa, y hasta una metadespedida brillantemente escrita que sirve tanto para este Doctor como para Matt Smith. El niño de ocho años que llevo dentro ha disfrutado como uno de esos niños que montan en el tiovivo de la Plaza de Oriente, y mi yo adulto se ha maravillado ante tanto descontrol argumental y estructural que, sin embargo, se las arregla para seguir conmoviendo y divirtiendo.

Entretendré la espera de los próximos episodios con un maratón de los tres últimos especiales, porque creo que me perdí cosas al verlos. Aunque sólo sea porque el Doctor habla muuy deprisa, y con acento escocés, en todas sus encarnaciones actuales.


(Por cierto, al enlazar la ficha del Imdb a El ladrón de Bagdad, descubro pasmado que es de 1940. Qué diferencia más brutal con los actuales blockbusters. Debería darles vergüenza).

martes, 24 de diciembre de 2013

Dracula (NBC) y Marvel’s Agents of S.H.I.E.L.D. (ABC)


En la televisión generalista estadounidense hay una norma no escrita: cada uno de los cinco o seis primeros episodios de una serie debe funcionar como piloto (salvo cuando es de continuará, claro). Cada uno debe presentar a los personajes, contar una historia sencilla y evitar continuarás o cambios en el esquema inicial. Como mucho, se permite incluir elementos que se retomarán luego. Los guionistas pueden desmelenarse a partir del sexto. Antes no. Se supone que es para captar o acostumbrar a los espectadores al producto, pero a mí han estado a punto de perderme más de una vez. Claro que, para ellos, yo no cuento como espectador.

Como decía el guionista Ken Levine en su, en ocasiones imprescindible, blog, hay dos clases de pilotos: los que presentan personajes y serie, siendo un ejemplo de cómo serán todos los demás episodios, y aquellos que se limitan a presentar la premisa y los personajes y a dejar para siguientes entregas el saber cómo será la serie. Ahora abundan los pilotos-premisa con ideas sorprendentes que buscan llamar la atención (y ganar publicidad), pero que en muchas ocasiones no dan para más de una temporada, o que no se sabe cómo continuar. Fue el caso de Lost (ABC), que nació casi por accidente en el momento justo y adecuado, y arrasó en audiencias con gran sorpresa para todos y que luego se continuó como se pudo. En las comedias de situación suele ser fácil valorar la calidad de una serie a juzgar por el piloto (te ríes o no), en los dramas menos. Muchas veces, hay que ver más de uno para comprobar si la impresión, buena o mala, producida por el primero se corrige con el siguiente.


Al ver el de Dracula (NBC), creación de Cole Haddon, señor del que no sabemos nada porque no ha hecho nada más, comprobamos que la producción es lujosa, con algunos decorados apabullantes, buen vestuario y fotografía notable. Pero hay un par de planos cutres, muy cutres, que deberían ser bonitos, de carruajes llegando a una mansión que no se ve bien, que no presagian nada bueno. La trama parece inspirada en el Dracula de Francis Ford Coppola, con lo de la esposa reencarnada en Mina Murray y otras zarandajas, y no parece que el autor se haya leído la novela original de Bram Stoker, aunque igual me sorprende. La premisa es de culebrón barato: Drácula quiere vengarse de la Orden del Dragón que lo mató siglos ha junto a su mujer, y para ello se hará pasar por millonario norteamericano y utilizará la incipiente energía eléctrica para acabar con los negocios petrolíferos de los descendientes de la Orden; todo ello mientras va matando gente de forma poco discreta para que sus enemigos no se enteren de su existencia. El guión es nefasto, con diálogos cutres y artificales, cada escena resuelta de la forma más pedestre posible. Hay actores teóricamente buenos en el reparto, pero quedan muy mal al no tener nada válido que decir y no saben sacarle partido a sus frases por mucho que imposten el tono. El director, Steve Shill, es rutinario y no consigue el tono de tensión, por no decir de terror, que requiere el tema, y del que carece el material con que trabaja. El resultado es un desastre que no presagia nada bueno. Es un piloto de esos que ofrecen premisa y personajes sin que se sepa cómo diablos continuará. La segunda entrega revela que los guionistas tampoco, que ahondan en sus defectos y, además, hacen avanzar la trama a trompicones, haciendo que todo el mundo sea tonto. También confirma la sospecha de que se gastaron todo el presupuesto en el primero (¡Otra vez ese carruaje llegando!). Dejo de verla. Los norteamericanos parece que también, porque la audiencia va en descenso. A pesar de esto, el pastiche victoriano parece estar de moda y en USA se preparan dos o tres producciones más de este tipo.

El piloto de Marvel’s Agents of S.H.I.E.L.D. (ABC) es todo lo contrario. Retoma un personaje de la película Los Vengadores, que aquí forma equipo con otros agentes para recorrer el mundo controlando y atajando amenazas fuera de lo normal, salidas del universo de los cómics Marvel. El piloto es obra del equipo de Joss Whedon, Jed Whedon y Maurissa Tancharoen, y lo dirige el primero. Es inteligente y hábil, aunque demasiado consciente de sus limitaciones de serie Disney para todos los públicos. Los guionistas conocen el oficio y ofrecen diálogos acertados, en ocasiones brillantes, y resuelven las escenas de forma inesperada y distinta. El director marca un tono luminoso, ágil, de aventura ligera, que resulta entretenido pese a que la trama de presentación sea algo intrascendente. El friki que hay en mí disfruta. Mucho. Los demás, no sé. Pero lo de los cinco pilotos que decíamos antes acaba por limitar mucho su desarrollo e interés, y la serie resulta sosa de puro predecible, aunque vayan presentando de tapadillo a los futuros malos de la serie. Espero con fruición el episodio sexto, convencido de que mejorará. Al fin y al cabo, será sosa pero está bien escrita.


Pero llegamos al décimo, que marca el fin de la primera tanda de episodios, y sigue siendo soso, pese al mejor nivel de algunos episodios. Pienso en House of Dolls (Fox)¸ la serie anterior de los mismos responsables de ésta. Empezó mal, muy mal, antes de remontar con el quinto episodio y progresar de forma sorprendente hasta alcanzar un nivel muy alto. Consiguieron una segunda temporada con inicios igualmente torpes, pero la cosa mejoró hasta acabar de forma notable. En aquel momento, la culpa fue de un canal que no le gustaba la serie que había contratado (idea absurda, pero más frecuente en televisión de lo que se cree) y que interfería contantemente con ella. No tengo informaciones concretas, pero supongo que aquí debe pasar lo mismo, que habrá presiones por parte de ABC, de Disney y de Marvel. O eso me digo mientras veo con desazón a un equipo creativo estupendo y a unos actores más que válidos sacar adelante una medianía tras otra con sólo ocasionales destellos de genialidad. Espero que cuando vuelvan en enero lo hayan arreglado y la cosa empiece a mejorar.

Fue lo que pasó con Fringe (Fox). Un piloto impactante, diez episodios bastante indignos, y un lento ascenso de calidad que culminó en un tremendo “Continuará” de fin de temporada que desde ese momento convirtió la serie en uno de los mejores pulps de ciencia-ficción de los últimos tiempos. No veo porqué no va a hacerlo también Marvel’s Agents of S.H.I.E.L.D. Lo comprobaremos entre todos.

Los que quieran, claro.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Mientras tanto...



Me escribe mi hermano:

"Me gusta tu blog. Es personal, intransigente, opaco... perooo ¿dónde coño está la dirección?".

El pasado miércoles por la noche (creo que fue el miércoles) envié a algunos amigos la notificación de que este blog existe (entre ellos a mi hermano, porque además de hermano es amigo, mire por dónde). La línea se cortó, y dejé el mensaje en “Borrador”, sin sospechar que se había enviado. Sigo sin hacerme con el nuevo interfaz de Gmail y el correo había salido sin la dirección del blog.

Al día siguiente recibí el comentario de mi hermano, junto al de algún otro, y rectifiqué el error, tras darme un par de tortas por manazas.

Todo esto viene a cuento de un par de cosas. La primera, que todo lo hago con prueba y error, pero todo, aunque sólo sea porque tengo la cabeza en más sitios de los debidos. La segunda, que está previsto que este blog se actualice casi diariamente, y que no lo hace desde el miércoles.

La primera explica que el aspecto del blog vaya sufriendo cambios sutiles desde el principio, y no sólo en las comas que aparecen o desaparecen de algunos textos, o en el reformateado de algunas entradas. Para mí, utilizar un electrodoméstico nuevo o empezar a trabajar con un programa informático es como aprender un idioma, descubrir otro mundo, y soy un maniático de que las cosas queden como yo quiero, y no como quiere otro (el programador, en este caso). Acabo dominándolo y llegando a un acuerdo entre el programa y mis intereses, pero sólo tras mucha prueba y error. Así que no se extrañen si un día el blog es de color verde y con los textos recuadrados, aunque sólo sea por un par de horas.

La segunda deriva un poco de la primera. Un amigo me ha corregido algunos errores de puntuación. Otro me ha preguntado quién era Sento. Esto ha hecho que me replantee el método con que redacto las entradas. Errores de puntuación aparte, me gusta ser entendido por todo el mundo, y más por gente que sabe poco de tebeos, o de cine, o de lo que sea, así que habrá una ligera variante en la redacción de futuras entregas. He estado a punto de corregir las anteriores todavía más, pero todo tiene un límite y hay que frenar en algún momento. Hace tiempo que no escribo y se me ha olvidado usar las cinco preguntas básicas del periodismo (qué, cómo, dónde, cuándo, por qué), asumiendo que escribía para gente que sabe tanto como yo sobre algunas cuestiones. Como Sento, por ejemplo. De ahí que haya añadido ahora un enlace a su página web en su nombre. Y no todos los lectores tienen porqué saber según qué cosas.

Los días de ausencia del blog se han debido también a que son fechas muy malas y he andado de un sitio a otro, intentando cumplir con diversos compromisos. Espero que las cosas vuelvan a su debido cauce a partir de esta entrega. Lo cual me recuerda que debería buscarme un tema gráfico para cuando no tenga nada con qué ilustrarlo. Algo parecido a la ilustración adjunta (que creo que es de John Gannam).

Ah, consideren esta entrada como una de transición. Esta noche habrá otra. A ver si consigo colocar cinco o seis semanales.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Un médico novato (Sinsentido)

Tengo un par de problemas con este tebeo.
    
Un médico novato (Premio Fnac-Sinsentido, 2013) es un relato de grafismo delicado, ambientado en la guerra civil española, en el que apenas salen malos, sólo gente buena que se ve arrastrada de un lado a otro por motivos absurdos como conocer a alguien, pertenecer a un sindicato, militar en un partido, tener un familiar, que un colega sienta celos de ti. Los malos son gente que sale poco, son sobre todo los que dan órdenes en alguna parte para que se arreste, se encierre, se fusile... Sólo vemos las consecuencias de esas órdenes. Pero esto no es un problema.

El grafismo de Sento, clásico y sencillo, personal e inconfundible, le sienta como un guante a la historia real de Pablo Uriel (suegro del autor), joven médico que es llamado a filas apenas empieza a ejercer su profesión, y que es encarcelado no sabe por qué a la espera de ser fusilado. Es como el resto de la gente de la calle que se vio metida en aquella guerra absurda, donde unos hijos de puta impusieron de forma grotesca y cruel su visión del mundo, enfrentando a amigos y hermanos, a gente que podían llegar a ser amigos o hermanos independientemente de sus creencias e ideologías. Y Sento dibuja esta guerra como si en vez de ser un heredero de la clara y amable Escuela Valenciana de tebeos lo fuera de aquella Escuela Bruguera que tan bien retrató la miseria y la resignación de la postguerra española. Y esto, lógicamente, tampoco es un problema.

Uno de los problemas que sí tengo con este tebeo es que sea tan fiel y respetuoso con el material de base y que, por tanto, los personajes de Un médico novato no puedan hablar como los del resto de la obra de Sento, teniendo que hacerlo con el tono distante y reflexivo de Pablo Uriel. Comprendo que sea así, es inevitable, pero me encantaba aquel estilo literario tan especial y único que tenía (que supongo que aún tiene), capaz de contar historias románticas con elegancia y frescura, que mezclaban de forma desconcertante la ironía y la sinceridad, esos diálogos y textos de apoyo que me recordaban a Mihura.

Finalmente, tengo el problema de que la obra me sabe a poco, que parece cortarse justo cuando coge carrerilla, cuando más la estoy disfrutando. El único fallo de la cuidada edición de Sinsentido consiste en que no avisa que habrá dos libros más, que la peripecia de Pablo Uriel sólo acaba de empezar, que si aquí ha sido prisionero de los “nacionales”, luego lo será de los rojos por motivos igualmente absurdos, antes de volver a casa para el final de la guerra... La conclusión provisional de la historia hace pensar que el conjunto de la obra dará nueva entidad y empaque a esta tercio, y que será un auténtico placer releerlo con los otros dos. 

Apenas puedo esperar.

martes, 17 de diciembre de 2013

Una página de Jaime Hernández (The Love Blunders)

Jaime Hernández y su hermano Beto aparecieron en los ochenta con su Love & Rockets y no han dejado de evolucionar desde entonces. Al principio, Jaime parecía un narrador intrascendente de simpáticas historias científico fantásticas, mientras Beto se centraba en narraciones más o menos cotidianas, con un maravilloso toque de realismo mágico y ambientadas en el pueblo ficticio de Palomar.

Con los años, Beto alcanzó una madurez apabullante y luego desbarró un poco arrastrando a sus personajes de Palomar por el camino del culebrón más desaforado con toques de best-seller a lo Harold Robbins, perdiendo algo de interés para mí, aunque lo haya recuperado recientemente. Jaime, por su parte, fue alejándose de las aventuras fantásticas para contar la crónica casi cotidiana de la vida de Maggie y Hopey, sus dos protagonistas de siempre. Sus relaciones familiares, sus aventuras, sus amores y la vida de sus amigos y amigas han dado pie a una crónica progresivamente realista y melancólica, pero con mucho humor, donde el tiempo y la forma en que envejecen sus personajes es el perfecto contrapunto a algunos de los elementos fantásticos que a veces emergen en sus páginas. Pero nada más realista que la relación sentimental entre Maggie y Ray D; ha sido larga, accidentada y compleja. Han sido conocidos, amigos, amantes, distantes, desconocidos...

Posiblemente sea Jaime Hernández uno de los autores cuya forma de trabajar más me fascina. Sus historias son laberínticas pero cotidianas, sus personajes complejos y con agujeros en su vida que igual nunca rellenaremos, su narración tan marcada por el punto de vista del narrador que cuando aparecen elementos fantásticos pueden ser achacables a la esquizofrenia o la paranoia de dicho narrador. De hecho ese punto de vista condiciona hasta la planificación y el número de viñetas de sus páginas. Lo cual nos lleva a las siguientes dos páginas. Dos páginas que en realidad son una sola, apaisada, pues por separado carecen de sentido.


La historia de Maggie y Ray se ha acabado de forma demoledora, y antes de pasar a un epílogo que nos reconcilie con la vida, Jaime hace estas dos páginas, estas dieciocho viñetas, este plano contraplano que resume su relación, su vida. Maggie y Ray mirándose a lo largo de los años, tal y como se vieron en cada momento, tal y como los recuerda el lector que viene leyéndolos desde hace treinta años, con viñetas que rememoran a la perfección cada instante de lectura, los dos envejeciendo en cada viñeta, envejeciendo con el autor y el lector. Es el cierre a una vida de desencuentros, un punto final...

Pero no lo es. Es un punto y aparte. Porque la vida sigue, y si sigue para nosotros, sigue para el autor y seguirá para Maggie y Ray aunque no sepamos cómo o cuándo lo veremos. Mientras tanto, nos queda el pasado, congelado en el presente; congelado y resumido en dos páginas que son una, en dieciocho viñetas llenas de vida.

Esta(s) (dos) página(s) pertenece(n) a la historieta The Love Bunglers aparecida en los nos. 3 y 4 de Love and Rockets New Stories, pendiente de recopilación en libro e inédita en España, aunque supongo que ambas cosas no por mucho tiempo.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Stories We Tell (2012) Sarah Polley


Veo Stories We Tell (Historias que contamos), documental de Sarah Polley donde diferentes personas cuentan la historia de un miembro de su familia tal como la recuerdan. 

Llego a él por casualidad, saltando de página en página por la web, y deteniéndome en él porque tengo cariño a Polley desde que la vi en Las aventuras del barón de Munchaussen y en una serie de televisión, Camino de Avonlea, cuyas novelizaciones traduje en los noventa con un plazo de entrega absurdo. Por entrevistas con ella sabía que era inteligente y culta, y que había escrito y dirigido alguna película. Siempre quise ver una. La sinopsis del Imdb era interesante, aunque al final haya resultado ser mentirosa, y me animé a conseguirla. El esfuerzo ha merecido la pena.

He visto fascinado cómo las versiones de cada entrevistado, llamado por su nombre de pila para no concretar nada antes de lo necesario, se solapaban unas a otras, diferenciándose sólo ligeramente entre sí, para proporcionar un relato interesante pero no especialmente sorprendente, hasta que la declaración de alguien cambia por completo lo que creíamos saber hasta ese momento. Y lo que parecía una simple crónica familiar pasa a ser un examen de cómo vemos a los demás en función de nuestras percepciones y del modo en que nos afecta su presencia, un análisis de cómo funciona la memoria y el origen de las historias, de su realidad y su falsificación. 

Es un laberinto de entrevistas, películas caseras, monólogos y falsas películas caseras con actores, hábilmente orquestado y manipulado para sorprender al espectador con una revelación tras otra que hace mucho que no lo son para los afectados. Y donde siempre puede quedar espacio para un nuevo dato, una nueva revelación, que altere lo que ya considerábamos definitivo.

Un trabajo brillante y virtuoso que también es, de paso y en su origen, el reflejo de una búsqueda de identidad. Estoy alucinado. Buscaré más películas de Sarah Polley.

jueves, 12 de diciembre de 2013

The Blacklist (NBC)

 (Nota: Más adelante hay spoilers. Muy leves, pero haberlos haylos).

Ayer se incluyó en El país un bonito artículo publicitario de The Blacklist (La lista negra, para los que sabemos idiomas), comparándola con Homeland (Patria) no sé por qué, quizá porque tampoco le traducen el título, pero con la aviesa intención de equiparar la calidad de una a la otra. Y no, oigan, no. Ni siquiera en eso de que tratan “temas que no son ajenos en absoluto a los titulares de los periódicos”.

El episodio piloto se ve con agrado, pero sin pasarse. Raymond "Red" Reddington (James Spader), traidor al FBI y buscado desde hace veinte años, se entrega a cambio de una amnistía y de ayudar a acabar con una lista de supervillanos que el FBI no sabe que existen. Ah, y su contacto con el FBI sólo puede ser una agente profiler novata llamada Elizabeth Keen (Megan Boone). ¿Por qué? ¿Quí lo sa? Esa es la base de la serie. Cada episodio se ocupa de algún malvado de la lista mientras se desvelan o enredan los misterios reinantes que nadie sabía que campaban a sus anchas desde hacía mucho tiempo y Red va siguiendo su plan oculto pasito a pasito. Aunque no sepamos cuál es ni para qué lo tiene.

Buena producción, buena fotografía, dirección competente y un guión profesional, pero poco más basado en ese recurso literario tan útil que es hacer que todo el mundo sea tonto. El FBI es tonto porque no ha sabido capturar a Red en veinte años; es tonto porque no sabe que había supervillanos cometiendo tropelías por el mundo;  es tonto porque tampoco sabe encontrar la conexión entre Hannibal y Clarice, perdón ente Red y Elizabeth, a pesar de que el mismo Red dice que conoció al padre de ella y que era un criminal (cosa que tampoco sabía el FBI pese a haber investigado su pasado a fondo y que luego se olvidará de investigar o mencionar durante el resto de la serie). Elizabeth es tonta porque se cree todo lo que le dice el moñas de su marido a pesar de que es como mínimo muy sospechoso y que se supone que va a trabajar de profiler para el FBI. Los supervillanos son poco super porque meten la pata más que un cojo para así poder ser cogidos antes del final de cada episodio. (Uno de ellos hasta organiza una tremenda operación para tomar un edificio federal, matar a nosécuántos agentes y secuestrar a Red para preguntarle si iba a venderle al FBI. Pues, mira, a ti no. Ah, bueno. Disculpa las molestias; es que no tenía cobertura en el móvil y he tenido que montar todo esto para preguntártelo. Bueno, adiós, ya nos vemos otro día y tomamos unas copas).


Claro que, ante todo esto, tenemos a un James Spader que se come la cámara, se las arregla para dar sustancia hasta a la frase más banal y se nota que disfruta haciendo de malo. Los demás actores son meh. Megan Boone es mona, algo sosita y no molesta, aunque no sabe dar enjundia a un personaje que no la tiene. Igual sucede con los competentes Parminder Nagra (la doctora india de Urgencias) y Harry Lennix (el militar negro de Man of Steel), pese a sus casi quince años de oficio. De los demás, mejor no hablar, por mucho que alguno también salga en Homeland (Si al final en El País tendrán razón y serán igualitas).

Con estos mimbres puede decirse que, en el mejor de los casos, la escritura es funcional y mediana, sin la menor sorpresa argumental ni ambigüedad moral (aunque se pretenda en algún momento) y unos diálogos del montón. Sólo se aguanta porque da gusto oír a James Spader (no le veo sentido a oírlo en castellano, la verdad). Es una de esas series que ves/oyes mientras haces la comida o la limpieza, por aquello de practicar inglés y porque en el otro canal sale Francisco Marhuenda. Y esto porque aún no sabemos cuál es su plan secreto. Me temo que en cuanto nos enteremos de cuál es descubriremos que también Red Reddington es tonto, y la serie se habrá hundido para mí y para todo el mundo. Mientras tanto, ahí la tienen, renovando temporada y funcionando muy bien de audiencia (once millones de espectadores de media) gracias a que todo es muy misterioso y desconocido en su inanidad. Eso sí, no sé qué pasará cuando James Spader salga menos en un episodio o se quede ronco. La audiencia por los suelos. Lo veo.
          

martes, 10 de diciembre de 2013

Una página de Toppi (Myetzko)

He vuelto a releer a Sergio Toppi debido a la traducción de Myetzko que Nth Comic tuvo a bien encargarme. Tengo la sensación de conocer a Toppi de toda la vida. Compraba sus obras editadas en Italia antes de que Nueva Frontera las publicara de forma continuada hace demasiados años. Las compraba al tiempo que las de Dino Battaglia, que para mí siempre han ido de la mano, por muy diferentes que fuesen. Si el primero es duro, conciso, desconcertantemente impresionista en su potente trazo, el otro es sutil, delicado y elegantemente preciso en su sugerente grafismo. Y los dos son unos monstruos de la composición. Pero, veo que desbarro, así que dejaré a Battaglia para otra ocasión y me centraré en Toppi. 

Traducir algo te obliga a entender, comprender e imitar los mecanismos que utiliza el autor de la obra original al contar sus historias, para luego intentar reproducirlos en tu traducción. Al traducir Myetzko me di cuenta de algo que ya sabía pero en lo que nunca me había parado a pensar: Toppi es un cuentacuentos. Pertenece a esa estirpe de narradores que cuenta historias al calor de una hoguera, relatos verídicos, cuentos fantásticos, fábulas de la vida cotidiana... Leer una historieta suya es recordar los cuentos de Maupassant, de Stevenson, de Bierce. Cuentos que existen en sí mismos, al margen de todo contexto histórico o social que no sea el incluido en los cuentos en sí. Cuentos sencillos, directos, eficaces, atemporales. Con un toque irónico muy particular. Es un placer leerlos.

Y luego está el hecho de que lo que cuenta se transmite con dibujos. Dibujos que se mantienen al margen del relato, al tiempo que lo ilustran y lo envuelven de un modo misteriosamente simbiótico con su vigoroso trazo. Todo ello en páginas compuestas con un perfecto equilibrio de blancos y negros, donde los bocadillos de texto pasan a ser un recurso gráfico más. Compuestas utilizando y recortando elementos gráficos de un modo que a ningún otro autor se le ocurriría utilizar y mucho menos imitar más allá de lo meramente superficial. No es de extrañar que siempre haya sido un dibujante apreciado sobre todo por otros dibujantes. De hecho, creo que el único autor en cuyo trabajo se nota la influencia de Toppi de forma notable, y para bien, es Walt Simonson, que ha sabido asimilarla de una forma casi invisible en su grafismo y su narración.

Bueno, a lo que íbamos. Esa composición es el verdadero recurso narrativo de Toppi, ya que cuando no guía el ojo del lector mediante el formato de las viñetas lo hace ordenando todos los elementos de la página para que el recorrido visual sea el impuesto por el autor. Un ejemplo es la página aquí adjuntada.

La horizontalidad de la primera viñeta empuja la vista hacia abajo y la cabeza en primer término mira hacia la izquierda para que el ojo se desplace hacia la segunda viñeta de forma natural e inconsciente, al margen del tic cultural de leer de izquierda a derecha (una alteración de los elementos bien podría forzar al ojo a empezar a leer por la cuarta viñeta, la de la derecha, y más en estos tiempos de mangas publicados al estilo oriental). La segunda viñeta es un plano general de un paisaje que sirve de transición entre el escenario anterior y el siguiente, con una composición triangular en flecha hacia la derecha y cuyo horizonte se continúa con el horizonte de la tercera y cuarta viñetas, haciendo que la vista siga el recorrido buscado por el autor. El movimiento y la inclinación de la figura en plano general de la tercera viñeta desplazan la vista hacia los dos soldados de la cuarta que no dejan de ser atrezzo para dar ambiente. Además, el hecho de que la tercera y la cuarta viñetas sean una misma viñeta dividida por una calle interrumpida convierte esa figura en el centro de la composición ¡de dos viñetas diferentes!, resaltando la idea de que ese personaje es alguien importante: el protagonista (porque no basta con que vaya vestido del mismo modo que antes; en esta historieta casi todo el mundo lleva el mismo uniforme). Y, finalmente, el palo, o la rama, o lo que sea, que cruza diagonalmente la cuarta viñeta impone un recorrido visual hacia la quinta, enmarcando y componiendo al protagonista que no sólo se desplaza hacia la derecha sino que lo hace en una viñeta cuya masa de negros a la izquierda hace que pese más el blanco de la derecha, guiando también así el ojo del lector. Y, para colmo, cada viñeta por su lado también está perfectamente compuesta.

Comunicación. Cómic. Una obra de arte. 

(La muerte prematura de mi escáner me impone la reproducción de la página en francés, que será sustituida en cuanto sea posible por la página en español. Pero mientras tanto... 

Por otro lado, los interesados en Sergio Toppi, no perderán el tiempo si compran el estupendo libro Sergio Toppi, un visionario entre dos mundos, escrito por el gran Yexus. Si no se encuentra en papel, editado por Dolmen, siempre puede comprarse aquí en epub. Y aquí hay una entrevista con Yexus sobre el tema con motivo de la publicación en España de las obras de Toppi por Nth Comic).

domingo, 8 de diciembre de 2013

Procyon

Por muchos motivos, siendo el más importante informar que ha salido un tebeo que merece la pena leerse, releerse y guardar para consultar más tarde, necesito hablar de Procyon, cómic de Ricardo Machuca editado por Dibbuks.

Es complicado hablar de la obra de un amigo porque suelo decir, escribir, lo que pienso y no me callo cuando no me gusta. Lo cual me ha valido alguna bronca, alguna amistad y largas discusiones con algún criticado que no estaba de acuerdo con mi opinión. Por ello, y mientras lo haga por afición, procuro escribir sólo de cosas que me gustan o de gente que no conozco. Un poco como un amigo crítico de cine, que no ve cine español porque no quiere seguir perdiendo amigos. Y más al tratarse de alguien como Ricardo, que ha ilustrado en el pasado mis guiones y que, espero, volverá a ilustrarlos. Además, estamos hablando de un álbum que, para colmo, está rotulado por mí. 

Afortunadamente, Ricardo Machuca siempre suele hacerlo bien, incluso cuando el trabajo no me convence del todo, y aquí me ha convencido por completo.

Procyon es una obra atemporal, con una estructura y un desarrollo que recuerda las novelas de la época dorada de la ciencia-ficción, a gente como Fredric Brown, Robert Sheckley o Frederick Pohl. Gente que construía completos universos de ficción en los que mover a sus personajes, donde tan pronto te contaban una historia policiaca como una aventura enloquecida con una sátira del consumismo como trasfondo y donde todo era, sigue siendo, sorprendente y nuevo y divertido, y los protagonistas resultaban ser, siguen siendo, tan sorprendentes como familiares. Además, eran libros profundamente modernos, innovadores, distintos, y cuando los relees siguen pareciendo frescos. La mitad de la literatura actual bebe de aquellos autores. El ciberpunk de hoy lo escribía ya Alfred Bester en Las estrellas mi destino o El hombre demolido, y nadie ha escrito mejores novelas juveniles que Robert A. Heinlein. Inventaban en contenido, inventaban en lenguaje, inventaban en todo. 

      
Y este tebeo es así, porque su narración sigue esquemas clásicos pero consigue sorprender siempre, porque hasta la página ochenta y tantos no sabemos quién es el protagonista, porque está impecablemente narrado y resuelto. Porque, como las obras de esos autores clásicos es un libro que se bebe, se devora, con fruición, y cuando lo acabas deseas releerlo. Porque lo único importante es la diversión, el disfrute, la lectura de consumo, el terminar la obra y correr a la tienda a buscar otras obras de ese mismo autor con las que repetir esa diversión y ese placer. Desgraciadamente, en el caso de Ricardo Machuca, lo que hay, lo que se encuentra, con suerte, es un tebeo titulado Las arenas del tiempo, que casualmente cuenta con otros guionistas, y no hay ningún Procyon más. Esperamos que lo haya en unos meses, pero, mientras tanto, Las arenas del tiempo mola. Soy uno de los guionistas de ese álbum y sé que mola. 

Es una obra de trama medida y trazada con tiralíneas, muy personal en referencias inopinadas y en elementos y guiños privados, donde no sobra ni falta nada y cuando lo hace es porque se ha hecho pensando en próximas entregas. Donde Machuca hace uso de un sentido del humor muy particular al trazar unos protagonistas y unos gags netamente socarrones y españoles. O sea, encima es divertido. 

La única pega que consigo verle a este libro es comercial. No tiene un grafismo “a la moda”, de los que “se llevan”. No es un dibujo abocetado o suelto o infantil o artístico. Ni realista o fotográfico. Es un dibujo personal, único, con un estilo propio, sólido, preciso y detallado. Muy detallado. Que hay que dibujar una viñeta con sesenta personas, se dibuja. Que hay que dibujar una nave espacial, se dibuja. Que un pato de goma, es difícil pero se hace. Y la narración no transige con atajos narrativos, todo está contado con cuidado, sin esquivar situaciones difíciles, procurando acompañar los diálogos con la actuación de los personajes y empleando todos los trucos del oficio y alguno novedoso, o que nunca se había empleado de esta manera.

Revelar algo de la trama sería descubrir alguna de las muchas sorpresas del guión que reservan sus 120 págs., así que me limitaré a decir que lo que empieza siendo un relato de caza al terrorista escondido en un crucero espacial tipo Vacaciones en el Mar, acaba resultando el prólogo de lo que parece una saga cósmica. Y que el álbum cuenta una aventura completa pese a ser parte de una trama más larga.

Porque también hay que leer obras entretenidas y refrescantes, Procyon me parece uno de los mejores tebeos que he leído en este año. Y, por cierto, estupendamente rotulado.


Partiendo de cero


Empiezo este blog por prescripción facultativa, para ordenarme, porque ya iba siendo hora, por desahogo, por mil razones, por ninguna, por la próxima entrada, por la que hice hace dos meses, porque lo prometí, porque sí...

Iremos viendo sobre la marcha de qué irá esto, y cómo irá. Actualizaré con cierta frecuencia, e iré rellenando poco a poco la columna de la derecha.

¿Lo del nombre? Cualquiera que hable conmigo lo entenderá.