jueves, 20 de febrero de 2014

Cultura en la red

Una de las grandes ventajas de esto de internet es que proporciona acceso a cosas que no sabías que existían. Y que te habrían interesado mucho de conocerlas. Antes te quedabas sin ellas, bendita ignorancia, ahora puedes conseguirlas de un modo u otro. 

En una columna sobre televisión comentan que en Amazon.co.uk hay una oferta de 4 libras por las dos temporadas de Sensitive Skin, comedia negra del interesantísimo Hugo Blick (guionista y director de The Shadow Line, que me descargué con entusiasmo hace un par de años y pasé a los amigos), protagonizada por Joanna Lumley, y, tras comprobar que tiene subtítulos en inglés, la pido a ver qué tal. Sigo sin saber qué tal, pero ahí está, bonitamente colocada en la estantería, esperando turno, que posiblemente sea antes del verano, antes de que Blick estrene su siguiente obra: The Honourable Woman, miniserie de espías protagonizada por Maggie Gyllenhaal. Ahora, cada temporada de Sensitive Skin cuesta seis libras, pero sigue siendo una gran oferta para quienes sepan inglés. Seguro. Así, sin verla.




Consultas el IMdb y descubres que Richard Curtis tiene una película para televisión titulada The Girl in the Cafe. No está editada en castellano pero puede comprarse en Amazon con subtítulos en inglés, o buscarse en la red y bajarla aprovechando que hay subtítulos en castellano, y, si te gusta, difundirla entre amigos que no saben idiomas pero ven películas con subtítulos. Cuando por fin la tienes del modo que sea, compruebas algo que ya sabías: no hay ninguna diferencia entre una película de televisión y una de cine. Sólo la interfaz. Y el talento. Tiene todas las virtudes y defectos de una de Richard Curtis, además de estar interpretada por Kelly McDonald y Bill Nighy. O sea, es estupenda, aunque algo blanda y bienintencionada. Como todas. Lo de Black Adder debió escribirlo algún gemelo malvado.

Lees The Guardian y descubres que en la sección de televisión se menciona una serie, un reality, un documental, que igual te interesa, o igual no. Si es de la BBC, hay subtítulos en inglés para cualquier cosa de la cadena desde que en 2007 implantó un servicio de streaming llamado BBC iPlayer, donde tienes hasta los concursos. Si es de otro canal, la cosa es más complicada, pero siguen encontrándose subtítulos en inglés para algunas cosas. Por ejemplo, hace un par de meses la BBC emitió un documental titulado Michael Palin in Wyeth's World, donde el miembro de los Monty Python habla de la obra y la vida de Andrew Wyeth. Conseguí encontrar el documental, y los subtítulos de iPlayer, y disfruté muchísimo con ese retrato fascinante de un pintor que apenas salió de su pueblo y que, además de su nutrida obra oficial, se pasó quince años pintando en secreto a la criada de un vecino. El documental está realizado con todo el cariño y la admiración que se merece uno de los artistas definitorios del siglo XX. No ha salido a la venta en ninguna parte, pero alguien lo ha subido a youtube, con unos subtítulos automáticos espantosos (si alguien quiere los de iplayer, que los pida por aquí), pero al alcance de todo el que sepa algo de inglés. Vale mucho la pena. Desgraciadamente esto sólo pasa con la BBC, no con la ITV o el Channel Four, aunque están en ello. Tampoco he encontrado un servicio semejante en Francia u otros países. En España tenemos en RTVE esa maravilla que es Televisión a la carta, y alguna cosa en los otros canales, pero no es lo mismo. 


Te enteras de que en Angouleme le dieron el año pasado un premio a The Nao of Brown, de Glynn Dillon, y buscas páginas y reseñas y recuerdas que dibujó en Vertigo hace años y averiguas que es su primer tebeo en diecisiete años y decides que te merece la pena y lo compras por BookDepository, antes de saber que aquí lo ha sacado Norma. Y lo disfrutas, y te admiras de que este hombre haya hecho un retrato femenino tan creíble y poco masculino, y, si buscas en la red, descubres que las últimas páginas son más flojas porque las hizo enfermo, pudiendo dibujar apenas, pero luchando para terminar su obra. De paso, en la página de Angouleme ves que uno de los premiados de este año es Mauvais genre, de Chloé Cruchaudet, y buscas críticas y lees un adelanto en francés y te parece interesante y descubres que en España lo editará Dibbuks en un par de meses y, en vez de arriesgarte a pedirlo en francés, decides esperar. Mientras lo haces, googleas a la autora y encuentras algo llamado Groenlandia-Manhattan, editado por Norma. Lo buscas en internet o lo lees en la biblioteca del barrio porque no conoces a nadie que lo tenga, compruebas que a la autora le va lo de “basado en hechos reales” (tanto este como el de Dibbuks lo están) y que entre este álbum y el que sacará Dibbuks hay un tremendo salto gráfico a mejor. El libro está bien, y, aunque no es de mi gusto, su historia de unos esquimales trasplantados a la vida moderna de la Norteamérica de principios del siglo XX es interesante y anuncia una autora muy prometedora: nunca me lo habría comprado, pero ahora es muy probable que el de Mauvais genre acabe en casa. Y, si la autora sigue así, también el siguiente.


En un Locus hay un artículo de Cory Doctorow donde te dice que cuelga gratuitamente sus novelas en la red, porque si a alguien le gustan tanto sus libros como para dedicar unas setenta horas a escanear uno y corregirlo y repasarlo y colgarlo en la red, ya lo cuelga él, máxime cuando ha descubierto que la venta de sus libros se ha triplicado desde que están en la red. Y vas a su página web y te bajas Little Brother para leerlo, y te gusta tanto que se lo recomiendas a dos o tres editores amigos, que tardan demasiado en hacer gestiones y Ediciones Urano se les adelanta al comprar los derechos. Esto pasó hace un par de años, y el libro salió ya, con el correcto título de Hermano pequeño. Cómprenlo, es estupendo.

Y un estudio poco difundido, creo que de un instituto alemán, dice que quienes más cosas se bajan de internet son las personas que más discos, libros y películas compran. Y me lo creo. Porque bajarse un torrente con dos mil libros escaneados no quiere decir que los vayas a leer y que mientras tanto dejes de comprar libros, sólo los acumulas mientras sigues comprando, y a veces los utilizas para probar con un autor u otro. Las casas de mis amigos son una prueba de ello. La mía también lo es, y lo sería aún más si tuviera más dinero y espacio. Todo lo que me bajo y acumulo de internet (y es mucho) no me impide pagar por Norton Gutiérrez y el collar de Emma Tzampak, comprar The Devil's Candy: The Anatomy Of A Hollywood Fiasco para el kindle o encargar la edición completa de Les incidents de la nuit de David B (¡Por fin, tras diez años esperando el final!). Y lo hago aunque debería contenerme mientras no libere espacio donando otras veinte cajas de libros a alguna de las bibliotecas del barrio. Hasta entonces, cuando un mensajero me trae algo, le doy de propina un tebeo o un libro para su pasmo y, ocasional, alegría. 

Escribo esto en unos momentos donde un gobierno que confunde la propiedad intelectual con los derechos de autor intenta poner puertas al campo y anuncia para lo segundo normas que ya existían, inventa otras que se demostrarán inútiles y sigue sin ver que lo que se necesita es instaurar otro tipo de política educativa que aliente el consumo racional de cultura y facilitar un modelo de intercambio de información eficaz y económicamente beneficioso para todos, en vez de ponerle zancadillas. Y lo dice alguien que tiene varias de sus obras “pirateadas” en la red. Porque, parece ser que todo esto perjudica a la cultura, en vez de beneficiarla. Porque lo de los párrafos anteriores no es cultura, parece...


lunes, 17 de febrero de 2014

Ernest y Celestine (2013)


Es infantil, para niños, no para todos los públicos, pero como las buenas obras infantiles está escrita por adultos que saben que los niños no son tontos. Y que hay que contar una historia con principio, desarrollo y final, con sorpresas a cada paso para que no se sepa cómo va a pasar lo que debe pasar.

Es la historia de cómo se conocen y se hacen amigos un oso y una ratoncita, cuando sus respectivas razas, mundos, sociedades, les dicen que eso no puede ser. Está basada en una colección de cuentos ilustrados obra de Gabrielle Vincent, alias de Monique Martin, que dedicó su talento pictórico a realizar una serie de acuarelas exquisitas, minimalistas casi, pero llenas de una fuerza sorprendente, con las que ilustró una serie de libros con anécdotas literarias simples, casi poéticas. Y si en los libros los personajes se conocen de siempre, aquí explican cómo se conocen.

Y siendo como es, terriblemente respetuosa con el espíritu de los libros, toda la película está animada al estilo tradicional, a mano, con un diseño de paisajes y personajes a base de acuarelas y trazos sueltos. Con unos movimientos y una gestualidad muy basada en un humor de cine mudo, tan sutil y tan raro de ver últimamente que casi parece novedoso. Y siguiendo un guión de Daniel Pennac que me tiene maravillado por lo ingenioso que es en muchas escenas y por la forma en que se las arregla para que lo previsible tenga lugar y se desarrolle de forma inesperada, por la manera en que gestos lógicos e inevitables acaban teniendo consecuencias sorprendentes y definitorias para los personajes. Mañana correré a comprar algún libro de este hombre.

Es hora y media de disfrute, llena de sensibilidad, ingenio y clasicismo bien entendido. Pero al ser conscientemente para niños, y no ser guay como una de Pixar, ni estar de moda como una de Miyazaki, muchos adultos que la vean con sus hijos la ignorarán o la menospreciarán, sin darse cuenta de que no se han aburrido en ningún momento. 

Es una película mágica, se titula Ernest y Celestine, pasó sin pena ni gloria las pasadas navidades por los cines y es candidata a los Oscars. Compite con dos películas tan divertidas como Los Croods y Mi villano favorito 2, con una tan comercial y entretenida como Frozen y con una de Hayao Miyazaki, así que no creo que gane, pero es de la única de la que me compraré el DVD (bueno, la de Miyazaki también). Y lo haré esperando que entre los extras se incluya el divertidísimo making off de la película que uno de los directores está publicando en un blog. Se actualiza tres veces por semana y ahora mismo se anda por el storyboard.



jueves, 13 de febrero de 2014

Pilotos televisivos

Suelo estar bastante al día de lo que se hace en televisión, y como los amigos me dan la murga, y me preguntan qué les sugiero, voy a repasar algunas novedades recientes. Sólo a partir de los pilotos. Para que sepan lo que les espera. 


Intelligence (CBS): No tiene. El nivel de escritura es pedestre como poco. A su lado, Se ha escrito un crimen es de la HBO. Es como un remake de El hombre de los seis millones de dólares, solo que las chupas que llevaba entonces Lee Majors eran más chulas. A un miembro de Delta Force le ponen un chip en el cerebro que le permite acceder a todo tipo de información y montarla mentalmente como si fuera un puzzle, lo cual lo convierte en una superarma para realizar misiones difíciles. O sólo complicadas, no lo tengo claro. Los protas son Josh Holloway (Sawyer en Perdidos) como chip humano, Marg Helgenberger (Catherine Willows en CSI) como su jefa, y Meghan Ohry (Caperucita Roja en Érase una vez) como su guardaespaldas. Esto no lo salva ni Caperucita Roja, que encima va todo el tiempo con pantalones. No creo que pase de los trece episodios, a no ser que al canal le vaya muy pero que muy mal en sus otras series. Y no, con ese equipo de guionistas no puede mejorar. En España empezó a emitirla FoxCrime la semana pasada.

Almost Human (Fox): La mediocridad hecha alta definición cortesía de un señor tan válido como J.H. Wyman, que cuenta en sus créditos con la desigual pero interesantísima Fringe y ese thriller triste que es La venganza del hombre muerto (película sorprendente, a la que sólo le sobra un tiroteo final a lo Jungla de cristal, que no tiene nada que ver con lo que pasa en los cien minutos anteriores). Ciencia ficción con policía cascarrabias y pierna artificial que resuelve casos futuristas de hace veinte años con la ayuda de su compañero, un robot descatalogado y simpático. Aunque lo parezca, no está basado en nada de Isaac Asimov, que de estarlo se revolvería en su tumba. Es todo tan mediocre que no se sabe si hay posibilidad de mejora en el futuro. Karl Urban y James Ealy hacen lo que pueden con el material que les dan sin conseguir levantar el resultado. También sale la gran Lili Taylor, pero no sé para qué ni porqué (probablemente para pagar las letras de la piscina, o algo así, lo cual me parece muy digno, ¿eh?). Los que quieran aburrirse pueden verlo en AXN,


Helix (Syfy): En una base de la Antártida hacen terribles manipulaciones secretas y genéticas. Pero se les escapa un virus y, a pesar de que todo es muy secreto, llaman a los del CDC para ver lo que pueden hacer. Parece que poco, ya que allí todo el mundo miente, traiciona a los demás y oculta algo, porque lo que pasó es secreto. Esto a pesar de que la palmarán si los del CDC no saben lo necesario para crear un antivirus y atajar la plaga. Hay momentos efectistas, actores de segunda, dirección regularcilla y la cosa se hace llevadera sólo por la curiosidad de ver cómo acaba, y más cuando, teóricamente, sólo serán trece episodios. Ignoren el hecho de que en los créditos aparece el nombre de Ronald D. Moore (sigan el enlace y vean porqué es un señor a considerar, aunque no siempre bien), porque aquí no escribe nada y debió limitarse a presentar el proyecto al canal junto con otros dos (que también le aprobaron, por cierto). Mi hermano lo resumió muy bien en un WhatsApp: “Y Helix es normalita; muy poco profesionales los del CDC”. Supongo que la emitirá Syfy un día de estos.


The Musketeers (BBC1): Adrian Hodges, creador de Primeval (Invasión jurásica o Mundo primitivo, dependiendo de la cadena que lo emitiera aquí), hace una de mosqueteros. Coge los personajes y el ambiente de Alejandro Dumas y los convierte en protagonistas de una serie semanal, con los mosqueteros del título frustrando semana a semana los complots de Richelieu y sus secuaces. Ambientación exquisita, guión funcional, dirección artística tan buena como era de esperar, y completamente olvidable si no se tiene una fijación personal por los mosqueteros y esas cosas. Yo la tengo por los dinosaurios y me lo pasaba en grande con Primeval hasta que se marchó Hodges (luego empeoraría un tanto), pero siempre fui consciente de que era una serie de capturar al dinosaurio de la semana, competente y poco más, por geniales que fueran los bichinos animados por ordenador. Así que, decidan. No sé cuándo la pondrán en España, ni en qué canal, pero seguro que cae en alguno (apuesto por Boing).


True Detective (HBO): Siguiendo la tendencia de thrillers lentos que nos invade de un tiempo a esta parte (véase The Fall), este es serio, pausado y profundo. Casi como uno sueco (véase The Killing). Crímenes siniestros en una Norteamérica desolada al estilo de Andrew Wyeth y Edward Hopper (aunque hecho de menos los planos generales clínicos que habría utilizado un director europeo para situar mejor el grado de abandono y alienación del paisaje). Muy bien escrita por Nic Pizzolatto (sólo conocido por escribir antes una novela, que, ahora que caigo, debería comprarme), dirigida de forma brillante por Cary Fukunaga y estupendamente interpretada por Woody Harrelson y Matthew McConaughey, es una de esas series que prefieres tener completa antes de verla. Es muy improbable que el señor que escribe este primer episodio la cague mucho en los siguientes. Sólo podría malograrse si se pasa de pedante o pretencioso, peligro del que es consciente, pero hasta eso sería perdonable y seguiría valiendo la pena verla. Notable, oigan. La está emitiendo el Plus, primero subtitulada y dos semanas después doblada..

La caza - The Fall (BBC2): La única serie reciente a la que le traducen el título y van y lo cambian. Día a día de una inspectora de policía (una grandísima Gillian Anderson) y de un asesino en serie (impecable Jamie Dornan) abocados a enfrentarse. Aviso que pese a lo que sospechen tras leer la frase anterior esta serie es lo menos parecido a un episodio de Mentes criminales que puede imaginarse. Sobria, densa, reposada, detallista, huyendo de efectismos gratuitos y machistas, con una escritura cuidada y concisa. Cinco episodios exquisitos, con el final más frustrante que he vivido en mucho tiempo, casi de cine de los setenta. Confieso que no me limité al piloto y que la vi completa el año pasado, y si la menciono aquí es porque esta semana, esta misma noche, empieza a emitirse en AXN, coincidiendo con el rodaje de una segunda temporada que, espero, hará menos frustrante el final de la primera. El guionista es Allan Cubitt, conocido en esta casa por haber escrito un Principal sospechoso y la película Sherlock Holmes y el caso de la media de seda. Es tan buena que se merecería una entrada entera de este blog. O un libro. Igual cuando vea la segunda temporada...

En unos días más pilotos.

miércoles, 12 de febrero de 2014

NORTON GUTIÉRREZ, de Juan Sáenz Valiente

Lo bueno de los tebeos es que muchas veces sólo hay que abrirlos para saber si te merece la pena comprarlos. ¿El dibujante sabe lo que hace o sólo se defiende y disimula sus limitaciones? ¿Compone la página o no sabe lo que es eso? ¿Sabe narrar o sólo acumula viñetas? ¿Cómo resuelve cada secuencia? Todo eso se sabe al primer vistazo. La apuesta está en la calidad del guión, porque la planificación puede haberla manipulado el dibujante y no siempre basta con leer unas frases de diálogo para saber si el guionista domina algo más que ortografía o gramática (¡y hay tantos que ni eso!). Recuerdo que allá por 1984 compré en un puesto del Rastro madrileño un Swamp Thing yanqui directamente importado de la base norteamericana de Torrejón. El número 24. Tenía un dibujo extraño y gótico de Stephen Bisette (al que conocía y apreciaba) y de John Tottleben (al que no conocía), pero con mucha atmósfera, una planificación hábil, y algo especial en las secuencias y los diálogos. Me lo llevé para probar y una semana después volvía corriendo para comprar todos los números que pillara. Qué mal rollo, por Dios. Qué acojone, qué canguelo, qué maravilla. Había descubierto a Alan Moore.

No es que Norton Gutiérrez y el collar de Emma Tzampak sea una obra a la altura de aquel trabajo de Alan Moore, pero al leerlo tuve la misma sensación de haber descubierto un tesoro escondido, algo que nadie más parecía conocer. Esto era fácil en aquellos tiempos sin internet, resulta más difícil en esta era de información, flujo de datos y cotilleos que pasan por información. Pero apenas he visto reseñas de este tebeo. Ni idea de porqué. Igual no lo ha visto nadie, lo cual me parece improbable, dado lo mucho que abulta en las librerías. (Corrijo, Carlos Portela sí lo ha visto, y también es un defensor entusiasta de este tebeo). 

Es un libro grande, bien editado, bonito, con dibujo exquisito y brillante y una secuenciación cuidadosa; de esos tebeos que al comprarlos sabes que te merecerán la pena aunque luego resulte que el guión es flojillo. Afortunadamente, al guión se puede poner alguna pega, pero no esa. Es ingenioso y divertido en su trama, sus personajes y sus secuencias. Y está servido por un dibujo minucioso, detallado, hábil, perfecto para contar una aventura al estilo antiguo, más Tintín que Indiana Jones, donde lo que importa es el salto de viñeta a viñeta, no el de página a página, con una planificación muy “línea clara” al estilo Hergé y un grafismo postmoderno que recuerda a gente como Chaland o Clerc.

La historia es extravagante y divertida, homenaje y parodia de las antiguas historietas de aventuras, donde todo puede pasar y todo pasa, desde un protagonista a lo Walter Mitty que busca romper la agobiante rutina familiar a científicos locos con robots gigantes, pasando por civilizaciones perdidas, tesoros ocultos, futuras novias buscando a un pariente perdido y un fortachón llamado “Tetas”. El único problema del guión es un toque sentimental que chirría con el planteamiento gráfico de la obra, porque Hergé para la aventura y el humor bien, pero para lo de los sentimientos más bien no.

Y tiene un dibujo tremendo. Con una línea limpísima, una distribución exquisita de los espacios, una gestualidad notable en los personajes y una gran capacidad para dibujar todo lo que haga falta sin buscarse atajos o disimulos. Es impresionante. Casi tanto como mi hallazgo de un nuevo talento con muchísimos años de oficio. Qué se le va a hacer. Soy un ignorante. pero más vale tarde que nunca.

(Habría sido preferible que Bang optara por una edición en papel satinado, ya que el papel poroso absorbe demasiado el color y en momentos puntuales dificulta la lectura. 

Como ya será obvio, el argentino Juan Sáenz Valiente es casi un desconocido en esta casa. Buscando, he encontrado alguna historieta con Trillo publicada en Francia, unos trabajos en Fierro y bastantes páginas e ilustraciones en la gran revista Orsai (demostrando nuevamente que su editor, Hernan Casciari, sabe lo que hace). Excusaré mi inutilidad al relacionar este trabajo con los anteriores de Valiente en que el hombre cambia de estilo para cada trabajo y ninguno anterior se parecía a éste. También hace televisión y protagoniza un reality raro en su país, llamado Impreso en Argentina, donde recorre las obras puntales de la literatura argentina con intención de adaptarlas a la historieta, y que puede verse aquí. La cosa tiene muy buena pinta y puede que en cuanto reúna tiempo para visionarla, haga una entrada en este blog. Mientras tanto, estaré atento a futuros trabajos de este hombre).

lunes, 10 de febrero de 2014

ALFONSO TABURETE, por Sybilline, D’Aviau y Capucine.


Han sido tres semanas un tanto agobiantes que me han tenido apartado del blog y de otras cosas. Apenas he podido reservar un poco de tiempo para ordenar y tirar papeles; hacer sitio en la almoneda que tengo por casa, que buena falta me hace. Una labor arqueológica de resultados pasmosos. He reencontrado deberes pendientes y listas de propósitos incumplidos, he formado montañas de deuvedés por ver y por colocar y por regalar (porque venderlos no sale rentable, la verdad), he apilado libros que no recordaba haber comprado o que recordaba haberlos comprado hace demasiado tiempo, y he descubierto tebeos que no sabía que tenía, algunos sin leer y otros incluso traducidos por mí, mientras sigo sin encontrar los que sé que tengo pero no sé dónde. También he intentado ordenar los discos duros para ver qué película o serie veo a continuación (a altas horas de la noche, parece), o si paso a consumir las series inglesas que compré en Amazon y que tengo en la estantería de espera. Pero es inútil, no hay orden que valga.

Una vez tiradas algunas pilas de papeles, paso a los discos y los tebeos. El orden de trabajo es el único que me resulta evidente: empezar por el montón que más molesta, para quitarlo cuanto antes de en medio. Por ejemplo, este de tebeos, que tiro cada vez que echo hacia atrás la silla. 

Al examinarlo constato que, por mucho que siga al día en series de televisión (veo dos episodios diarios o una película), hay cierta desincronización entre el quiosco y mis lecturas, como de año y medio. Y algunos de los tebeos con los que más me he divertido últimamente han pasado sin pena ni gloria por las librerías, y casi por la red. No entiendo muy bien por qué se ha hablado-escrito tan poco de ellos, y sí de otros que me parecen directamente peores pese a su notoriedad. Será por modas. O por un buen servicio de prensa. O yo que sé porqué. Y creo que estaría bien reseñarlos aquí, porque creo que merecen otra suerte que no sea quedar enterrados en alguna estantería perdida de un librero, un distribuidor o un editor. Merecen leerse y disfrutarse. Digo yo. Pasemos al primero.

Es muy complicado escribir algo poético, sencillo, mágico, sin que suene forzado o impostado, o quede idiota. No es habitual que un dibujo sea pura simplicidad y que su trazo evidencie talento y años de profesión. Y no es normal que una historia protagonizada por un personaje que es poco más que un monigote te arrastre en una odisea de descubrimiento de su propio ser, del mundo que le rodea y del porqué de su existencia. Todo esto se encuentra en El gran vacío de Alfonso Taburete.

Alfonso nace un día en medio del bosque y recibe su nombre de un Señor que lo ha visto crecer. Y entonces parte en busca del significado de su vida y de la forma de relacionarse con el mundo, en un viaje iniciático doblemente metafórico en el que conocerá numerosos personajes de toda forma y condición, como un ser incompleto por el agujero que tiene en el centro del pecho, una llama que se consume al emocionarse, un calamar mercader, una niña gigante (o no) y otros personajes al uso. Su viaje es divertido, ingenioso e inventivo en escritura y en narración, ideal para todos los públicos. Sobre todo si te interesa la narración gráfica, dada la multitud de recursos y soluciones visuales que utilizan los autores. Una obra tan sugerente como deliciosa.


(En España, y en esta casa, apenas se conoce la breve obra del dibujante Jerome D’Aviau y de la guionista Sybilline, aunque los dos intervinieron en Primeras veces, bonito y curioso libro editado en tiempos por La Cúpula y (¡Oh, sorpresa!) traducido por mí. Capucine, que figura en los créditos para mi desconcierto inicial, es la rotulista del libro en su edición francesa, donde hizo un excelente trabajo que ha tenido su justa correspondencia en la estupenda edición española.

El libro fue editado hace año y medio por Dibbuks, que colgó un video anuncio en Youtube para promoción del mismo. El que yo lo lea por primera vez al cabo de tanto tiempo de su salida me hace pensar en las cosas que habré comprado y que estarán extraviadas en el batiburrillo de casa. Y tiemblo.)