domingo, 12 de enero de 2014

Odd Thomas (2013), Stephen Sommers

Dean R. Koontz es un escritor de Serie B, uno de esos que antes se consideraban, con cierto desprecio, autores de best sellers. Sus libros son de terror-fantasía-ciencia ficción-conspiraciones, siempre ambientados en nuestro tiempo, con una calidad literaria justita, premisas interesantes y resoluciones a veces cuestionables. Hace mucho que no lo leo, pero cuando trabajaba de botones era perfecto para leer en el metro o el autobús mientras recorría Madrid repartiendo billetes de avión. Ágil, rápido, con numerosas sorpresas y un control muy eficiente de la atmósfera y el suspense.

El ser un superventas y de Serie B lo convierte en el autor ideal para ser llevado al cine y/o la televisión. Y así ha sido una docena de veces. Siempre con mala fortuna, y siempre estropeando el material de base de forma notable. Tanto que el autor ha decidido dejar de vender automáticamente los derechos de su obra y ha decidido cederlos sólo cuando cree que hay posibilidades de un resultado decente.

Entonces apareció Stephen Sommers, guionista y director de Deep Rising, y de La momia, notables ejemplos de Serie B que equilibran a la perfección las exigencias del cine de terror y de aventuras con personajes definidos y un notable sentido del humor autoparódico. El aplauso y la taquilla debieron subírsele a la cabeza, porque después de estas dos películas fue olvidándose progresivamente de los personajes y confundiendo ritmo con velocidad para hacer cosas lamentables como El regreso de la momia, Van Helsing y G.I. Joe, cada una peor que la anterior. Las tres tenían buenas ideas y todos los elementos necesarios para ser películas más que decentes, pero se vieron ahogadas por un exceso de acción sin sentido y unos personajes que a los cinco minutos de metraje habían perdido todo su posible carisma (una hazaña con actores como Brendan Fraser, Hugh Jackman o Dennis Quaid).


Mientras esperaba yo con temor su próxima película, ese remake de Cuando los mundos chocan (estupendo clásico del gran Rudolph Maté, por cierto), descubro con sorpresa que ha hecho una película cuyo rodaje había olvidado, Odd Thomas, y que no se ha estrenado en los cines por un pleito entre las productoras responsables de la misma. Es una película basada en un libro de Koontz, cuyo protagonista puede ver fantasmas y se ve impelido a participar en asuntos relacionados con ellos. La película ha ido directamente a DVD, pese a tener un presupuesto y una producción notables. Y, mira, Stephen Sommers parece haber recordado cómo se escribe un guión y cómo se organiza el suspense de una película, porque el producto es bastante decente, incluso muy entretenido (aunque un pelín, sólo un pelín, menos de velocidad le habría venido muy bien).

Odd Thomas, cazador de fantasmas (título español que no sólo es equivocado, al no cazarse ningún fantasma, sino que parece pensado para que huyamos de la película) es un lujo en el actual mercado de blockbusters con argumentos estúpidamente retorcidos y personajes definidos por una única emoción que les dura toda la película. Tiene una premisa clara y sencilla (va a pasar algo terrible, no se sabe el qué, y hay que evitarlo), un guión que complica la historia de forma lógica y unos personajes creíbles (definidos, ¡oh, increíble!, por lo que dicen y hacen). Tiene sentido del humor, suspense, ritmo, y se las arregla para que las muchas sorpresas del guión lo sean y alguna incluso te acompañe después de los títulos de crédito. Siento no apuntar algo más de la trama, pero luego los amigos me acusan de spoilear

Dean R. Koontz ha quedado muy contento del resultado, y eso debería bastar para cualquier consumidor compulsivo de productos de entretenimiento harto de que no lo entretengan. Como yo.

(Por cierto, la película está ahora mismo en alquiler en el videoclub, dvdclub o lo que sea, de la esquina. Dentro de un mes saldrá a la venta. No voy a decir que sea de compra inmediata e inexcusable, pero sí que no me importará tenerla cuando la oferte algún periódico, aunque ya la haya visto varias veces tras “estrenarse” en los muchos canales de nuestra televisión).

jueves, 9 de enero de 2014

Firma Ricardo Machuca


Pásense si pueden, que hará dibujos, todos distintos, y porque estará encantado de hablar con todo el mundo que se pase. Además, es en una librería bastante más que decente y siempre da gusto ver tebeos. Los que quieran conocer mi opinión sobre el tebeo, que vayan aquí. Si no quieren hacer el esfuerzo, les anticipo que a mí me ha gustado.

Sherlock (BBC1)

Siempre me he considerado un buen lector de tebeos o libros, y un buen espectador de películas o series. Por muchos prejuicios que tenga al empezar a leer un tebeo, se me olvidan en cuanto paso la página y empiezo la lectura, aunque no me guste nada el dibujo (un ejemplo de ello podría ser Papel estrujado, que me ha parecido estupendo pese a que el dibujo sea todo lo contrario a lo que busco en un cómic). Y en el cine no me importa, no me doy cuenta, si se nota el reborde verde en las naves espaciales cuando los efectos especiales son ópticos y no digitales. Sólo me salgo de la historia cuando algo no está claro, contradice lo sucedido antes o directamente no me lo creo. Y en ficción me creo casi cualquier cosa, llegando a defenderlo cuando sólo me convenzo a medias: ya lo explicarán más tarde, tenía gracia, igual era un sueño... También me da igual que se toque terreno conocido y/o se traicione el material original, si a cambio me cuenta una buena historia y me lo paso en grande. (El gran problema de las dos peores películas que vi el año pasado, Man of Steel y Dark Knight Rises, no es que no sean fieles al personaje, que no lo son, sino que son dramáticamente ineptas, estúpidamente pretenciosas y de construcción incoherente, pero ya volveré en otro momento sobre esto). Por tanto, considérenme poco purista de cualquier cosa.

Tanto rollo viene a cuento de que me encanta Sherlock, la serie de la BBC que vuelve a obsequiarnos con su presencia tras dos años de espera. Los puristas que no se llevaran las manos a la cabeza con los anteriores capítulos, se la llevarán con los nuevos, donde los casos policiacos se disuelven en la trama principal que es la relación entre Sherlock Holmes (el gran Benedict Cumberbatch) y John H. Watson (el no menos grande Martin Freeman), a los que ahora se une Mary Morstan, futura esposa de Watson (Amanda Abbington, conocida por un servidor gracias a su estupendo trabajo en la exquisita Case Histories). Porque las historias de Arthur Conan Doyle no pertenecen al género policiaco, sino al de aventuras (aunque uno de los protagonistas sea detective), y muchos siguen sin entenderlo. Porque la serie de televisión es más acerca de un detective que de un detective, y esto queda más claro que nunca en las nuevas entregas. Todo ello sin dejar de ser tremendamente fiel al personaje, aunque no solo al de las obras de Conan Doyle.

La serie está definida por cuatro elementos básicos. 

El primero, que uno de los creadores es Steven Moffat, cuyo sentido de la metaestructura literaria y su capacidad para manipular las expectativas del espectador (cualquier espectador) definen el tono general de la serie. Hasta el punto que ha contagiado a los demás guionistas y se ha convertido en el sello de identidad de una serie que se disfruta, entre otras cosas, porque muchas veces no se tiene ni idea de lo que va a pasar a continuación y, cuando se tiene, es para descubrir luego hasta qué punto se estaba equivocado.

El segundo, que el otro co-creador es Mark Gatiss, experto conocedor de géneros literarios y cinematográficos relacionados con lo macabro, y con tendencia a convertir la ironía casi en un género por derecho propio. Su trabajo con tendencia al clasicismo más radical equilibra a la perfección la visión postmoderna de Moffat e impide que a éste se le escape la historia de las manos como le pasa en ocasiones. Hasta el punto que entre los dos han conseguido una serie donde cabe, y es obligada, cualquier referencia que se les ocurra a poemas, cuentos, películas o ilustraciones sobre el tema, por ridícula que pueda ser (los juegos de palabras en inglés sobre los títulos de los cuentos del Canon Sherlockiano son tan atroces que resultan divertidos de puro desparpajo).

El tercero, que el director de los primeros episodios, Paul McGuigan, impuso un tono visual inventivo y moderno, además de sorprendentemente narrativo y ágil en su montaje. Uno de sus aciertos es la utilización de mensajes de texto sobreimpuestos a la imagen, sea para comunicar pensamientos o capturas de ordenador e internet. (De hecho los creadores de la serie son tan conscientes de la presencia de internet que, además de incorporarlo estéticamente a la pantalla y utilizar metáforas visuales para la interacción cibernética, se ríen de las especulaciones de los aficionados sobre cómo se habría salvado Sherlock en “La caída de Reichenbach”, último episodio de la temporada anterior, proporcionando en el primer episodio no una sino tres explicaciones distintas).

Y, finalmente, en cuarto lugar, está el hecho de que el principal referente parece ser Billy Wilder con su magistral La vida privada de Sherlock Holmes, que, como todo el mundo sabe, era una comedia. Hace mucho tiempo que no me reía tanto viendo algo (y eso que sigo The Good Wife, posiblemente la serie más divertida e ingeniosa del momento, mal que le pese a las sitcoms que consumo) y pensando en la cara que se le habrá puesto a los puristas. Eso sí, tanta diversión no presagia nada bueno para el tercer episodio, que anticipo bastante más serio.

Todo ello hace de Sherlock la serie más inteligente, hábil, inventiva y entretenida de los últimos años. Si la edición española en DVD fuera mínimamente decente (que no lo es, y debo conformarme con las que me hago yo), la tendría al lado de Scott Pilgrim contra el mundo. Hace un par de años, un editor me pidió un libro sobre la serie que iba a titularse algo así como “Comunicación en Sherlock. Postmodernismo, metaestructuras e internet”, pero no me consideré preparado. Espero con ansia que a alguien se le ocurra hacerlo por mí. A ser posible, con sentido del humor.

sábado, 4 de enero de 2014

Una página (doble) de Jack Kirby (The Losers)

Todo el mundo sabe, o debería saber, quién es Jack Kirby. La cultura popular actual le debe muchísimo. Participó en la creación de prácticamente todos los personajes principales del Universo Marvel de los años sesenta, que son los que siguen recordándose y reutilizándose hoy en día. Era un dibujante eficaz y hábil, que podría haber sido grande de no exigirle las condiciones laborales de la época una producción brutal para poder llegar a fin de mes (llegó a dibujar una media de 150 páginas mensuales). Era un torrente de ideas y conceptos que su editor y coguionista Stan Lee supo controlar y conducir con acierto. Cuando se marchó de Marvel, para trabajar en la competencia, DC Comics, lo hizo como autor completo, demostrando ser un guionista que acumulaba una idea tras otra aplazando ad aeternum cualquier posible resolución dramática (muchas veces la resolución era otra idea). Pero si las historias eran dramáticamente cojas, las ideas seguían siendo de las que perduran en el recuerdo, y años después siguen tan presentes en el comic-book norteamericano como en el cómic del mundo entero. Véase al respecto la obra de autores como Max, Daniel Torres o Rubin, por citar sólo algunos ejemplos nacionales.

Era un dibujante que, habiendo empezado en el oficio en 1936, en los años sesenta y setenta desarrolló una estilización y una síntesis gráfica notables que servían a la perfección a su sentido inusual de la composición y la puesta en escena. Muchas de sus páginas son dignas de estudio y seguramente volveremos a verlas por aquí. Pero siempre he sentido una admiración especial por esta doble página.

Pertenece al número 160 de Our Fighting Forces. Es una historia protagonizada por The Losers (Los perdedores), personajes creados por el excelente guionista Robert Kaniguer. Era un cómic antibélico (publicado en plena era del Vietnam) sobre las andanzas de un pelotón con mala suerte, cuyos miembros eran conocidos de otras publicaciones bélicas de la casa. Jack Kirby se hizo cargo de los personajes durante doce números. La historia de este número empieza con un soldado ruso hablando con un oficial nazi mientras prepara su ametralladora. Al pasar la página nos encontramos con la imagen que nos revela para qué.

Pensemos primero que el sentido de la lectura es de izquierda a derecha. Así leemos los libros, así miramos un dibujo y así vemos también películas (uno de los motivos por los que nos chocan las películas orientales es que el movimiento visual suele ser de derecha a izquierda, al revés que en occidente). 

En esta doble página, tenemos, de izquierda a derecha: personas muertas y caídas en el suelo, personas ametralladas, personas asustadas, personas resignadas y personas desafiantes, todas encaradas a un enemigo de fuera de la viñeta (el ruso de la ametralladora) y del que sólo vemos las líneas cinéticas de los disparos y el impacto de las balas. Normalmente esto sería una secuencia de cinco viñetas, y en orden temporal inverso: desafío, resignación, miedo, impacto, muerte. Cada viñeta sería, por el mero hecho de ser una viñeta, un momento temporal diferente. Aquí, esas cinco viñetas son un único instante simultáneo, congelado, paralizado y prolongado por el texto y la densidad de la imagen. 

Kirby compone la doble página con líneas curvas que confluyen en el inicio de la secuencia, o sea el final de la página y de su teórica lectura. Al abrir la doble página, el lector ve la imagen al completo para centrarse un instante después en el punto focal de la escena y luego retroceder para ver el resto. El impacto inicial es tremendo, y sólo una vez asimilado éste, puede pasar el lector a leer textos e imagen y comprender todos los detalles de la escena, para luego volver a mirar inevitablemente (la composición así lo impone) el punto focal de la derecha, formando un bucle cerrado visual y narrativo.

Kirby no es un autor naturalista, su campo es la imaginación y la aventura, pero sabe ser dramático y efectivo y dejar bien claro de qué lado debe ponerse el lector. ¿Y qué mejor manera que con una imagen que nos hace ver una y otra vez a las víctimas?