miércoles, 26 de marzo de 2014

TIEMPO DE CANICAS, por Gilbert Hernández

Digamos que eres un niño. Todo tu mundo está en las horas que pasas lejos de los adultos, cuando no estás en el colegio o con tus padres. Juegas con tus amigos en la calle porque hay pocos coches. Disfrutas viendo Detective submarino por la tele, leyendo comics fantásticos o de miedo, inventándote aventuras con los amigos, explorando patios y parques. Digamos que son los años sesenta en Los Angeles y que no te llamas Gilbert Hernandez, aunque igual sí.

Tiempo de canicas es tan historia autobiográfica de Gilbert Hernandez como de buena parte de sus lectores. Cuenta cosas que, de un modo u otro, nos han pasado exactamente así, pero no del todo; con esa misma mezcla de tristeza e indolencia, de inevitabilidad e inconsciencia del paso del tiempo. Con esa madre que nos tira los tebeos, o los cromos, cuando no la vemos, con esas rivalidades que se tornan amistades, esos enamoramientos no correspondidos o sí. Con esa humanidad.

Digamos que Tiempo de canicas es una obra precisa, medida, quirúrgica casi, distante pero con sentimiento, de un autor cuyas últimas obras tienen un toque surrealista que (me) causa cierta perplejidad, pero al que seguimos comprando fielmente porque, a pesar de todo, su trabajo sigue siendo impecable. Tras varias novelas gráficas con las “películas” de serie B que protagonizó su personaje Fritz cuando era actriz cutre, y sus ocasionales historias de Palomar, se descuelga ahora con esta narración sencilla y de realización engañosamente simple que tarda en olvidarse. Cuando el amigo Naranjo me prestó el cómic, me dijo: “Aún no he decidido si es buena o mala, pero a mí me ha gustado”. Digamos que comparto esa opinión acerca de esta narración sobre infancias que prescinde de todo lo que uno se espera de este tipo de obras.

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