jueves, 9 de enero de 2014

Sherlock (BBC1)

Siempre me he considerado un buen lector de tebeos o libros, y un buen espectador de películas o series. Por muchos prejuicios que tenga al empezar a leer un tebeo, se me olvidan en cuanto paso la página y empiezo la lectura, aunque no me guste nada el dibujo (un ejemplo de ello podría ser Papel estrujado, que me ha parecido estupendo pese a que el dibujo sea todo lo contrario a lo que busco en un cómic). Y en el cine no me importa, no me doy cuenta, si se nota el reborde verde en las naves espaciales cuando los efectos especiales son ópticos y no digitales. Sólo me salgo de la historia cuando algo no está claro, contradice lo sucedido antes o directamente no me lo creo. Y en ficción me creo casi cualquier cosa, llegando a defenderlo cuando sólo me convenzo a medias: ya lo explicarán más tarde, tenía gracia, igual era un sueño... También me da igual que se toque terreno conocido y/o se traicione el material original, si a cambio me cuenta una buena historia y me lo paso en grande. (El gran problema de las dos peores películas que vi el año pasado, Man of Steel y Dark Knight Rises, no es que no sean fieles al personaje, que no lo son, sino que son dramáticamente ineptas, estúpidamente pretenciosas y de construcción incoherente, pero ya volveré en otro momento sobre esto). Por tanto, considérenme poco purista de cualquier cosa.

Tanto rollo viene a cuento de que me encanta Sherlock, la serie de la BBC que vuelve a obsequiarnos con su presencia tras dos años de espera. Los puristas que no se llevaran las manos a la cabeza con los anteriores capítulos, se la llevarán con los nuevos, donde los casos policiacos se disuelven en la trama principal que es la relación entre Sherlock Holmes (el gran Benedict Cumberbatch) y John H. Watson (el no menos grande Martin Freeman), a los que ahora se une Mary Morstan, futura esposa de Watson (Amanda Abbington, conocida por un servidor gracias a su estupendo trabajo en la exquisita Case Histories). Porque las historias de Arthur Conan Doyle no pertenecen al género policiaco, sino al de aventuras (aunque uno de los protagonistas sea detective), y muchos siguen sin entenderlo. Porque la serie de televisión es más acerca de un detective que de un detective, y esto queda más claro que nunca en las nuevas entregas. Todo ello sin dejar de ser tremendamente fiel al personaje, aunque no solo al de las obras de Conan Doyle.

La serie está definida por cuatro elementos básicos. 

El primero, que uno de los creadores es Steven Moffat, cuyo sentido de la metaestructura literaria y su capacidad para manipular las expectativas del espectador (cualquier espectador) definen el tono general de la serie. Hasta el punto que ha contagiado a los demás guionistas y se ha convertido en el sello de identidad de una serie que se disfruta, entre otras cosas, porque muchas veces no se tiene ni idea de lo que va a pasar a continuación y, cuando se tiene, es para descubrir luego hasta qué punto se estaba equivocado.

El segundo, que el otro co-creador es Mark Gatiss, experto conocedor de géneros literarios y cinematográficos relacionados con lo macabro, y con tendencia a convertir la ironía casi en un género por derecho propio. Su trabajo con tendencia al clasicismo más radical equilibra a la perfección la visión postmoderna de Moffat e impide que a éste se le escape la historia de las manos como le pasa en ocasiones. Hasta el punto que entre los dos han conseguido una serie donde cabe, y es obligada, cualquier referencia que se les ocurra a poemas, cuentos, películas o ilustraciones sobre el tema, por ridícula que pueda ser (los juegos de palabras en inglés sobre los títulos de los cuentos del Canon Sherlockiano son tan atroces que resultan divertidos de puro desparpajo).

El tercero, que el director de los primeros episodios, Paul McGuigan, impuso un tono visual inventivo y moderno, además de sorprendentemente narrativo y ágil en su montaje. Uno de sus aciertos es la utilización de mensajes de texto sobreimpuestos a la imagen, sea para comunicar pensamientos o capturas de ordenador e internet. (De hecho los creadores de la serie son tan conscientes de la presencia de internet que, además de incorporarlo estéticamente a la pantalla y utilizar metáforas visuales para la interacción cibernética, se ríen de las especulaciones de los aficionados sobre cómo se habría salvado Sherlock en “La caída de Reichenbach”, último episodio de la temporada anterior, proporcionando en el primer episodio no una sino tres explicaciones distintas).

Y, finalmente, en cuarto lugar, está el hecho de que el principal referente parece ser Billy Wilder con su magistral La vida privada de Sherlock Holmes, que, como todo el mundo sabe, era una comedia. Hace mucho tiempo que no me reía tanto viendo algo (y eso que sigo The Good Wife, posiblemente la serie más divertida e ingeniosa del momento, mal que le pese a las sitcoms que consumo) y pensando en la cara que se le habrá puesto a los puristas. Eso sí, tanta diversión no presagia nada bueno para el tercer episodio, que anticipo bastante más serio.

Todo ello hace de Sherlock la serie más inteligente, hábil, inventiva y entretenida de los últimos años. Si la edición española en DVD fuera mínimamente decente (que no lo es, y debo conformarme con las que me hago yo), la tendría al lado de Scott Pilgrim contra el mundo. Hace un par de años, un editor me pidió un libro sobre la serie que iba a titularse algo así como “Comunicación en Sherlock. Postmodernismo, metaestructuras e internet”, pero no me consideré preparado. Espero con ansia que a alguien se le ocurra hacerlo por mí. A ser posible, con sentido del humor.

2 comentarios:

  1. (con ese título como punto de partida, hará falta MUCHO sentido del humor...)

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    1. Era el título de trabajo. Para que no se me olvidara el tema y me fuera por peteneras. Ya me habría buscado luego alguno más digerible tipo "Sherlock Forever" o "Sherlock en el espejo" o "Las máscaras del detective". Yo que sé. Como al final no lo hice...

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